miércoles, 27 de octubre de 2010

Un día en la isla

Hoy pasamos el día en la isla. Lo pasamos muy bien, ya que el clima estuvo ideal y los mosquitos estaban por ser censados así que no podían salir de sus... de sus... de los lugares donde viven los mosquitos.

Goldy cortando el pasto.
Gerardo, haciendo algo. No sé qué, pero algo hacía.
Relax de dueño y amo.
La hora del almuerzo.
Enfrente a la isa de Gerardo, este banco de arena.
Por una de las lagunitas formadas entre el banco de arena.
Playa del banco de arena. Espectacular.
Seguimos en el mismo lugar.
Con Meli.

sábado, 23 de octubre de 2010

Tarde en el Pre-Delta

Hoy, al volver de la iglesia, cargamos comida y mucha bebida y salimos para el Pre-Delta. Luego del almuerzo llegaron los García (con Myri ya a término... esperando a Adrielito), y al final de la tarde, los Sapia.
Pasamos una tarde espectacular. Las fotos:

miércoles, 20 de octubre de 2010

Entrada de hoy, por autora invitada: Laura Oros

Los momentos “libres” de las madres
El placer de esos minutos que valen oro…

Fabricarles una máscara de papel, improvisada con una tijera, una birome y un cordón de zapatilla, me da entre 20 y 30 minutos de plena libertad…para separar la ropa de color, ponerla en el lavarropas, tender la que acabo de sacar mojada y descolgar la que ya está seca.

Abrir la puerta del patio por la mañana e incentivarlos a jugar afuera, me da entre 30 y 40 minutos[1] para darme un lujito: terminar mi desayuno frío, y de paso, lavar las tazas.

Darles los lápices de colores y unas hojas me da 15 minutos de soledad…para bañarme y cambiarme a los rajes.

Ponerles una peli me da 45 minutos para relajarme…y avanzar con una publicación pendiente (o inspirarme para escribir esta cursilería).

Pedirles que junten los ladrillitos me da 7 minutos para mimarme un poco y pasarme rápidamente un cepillo por el pelo, porque acaban de tocar el timbre y aunque son las 11.00 sigo sin peinar…

Prepararles masa para jugar me da unos 40 minutos de calma...para formularme la predecible pregunta de cada día: “¿qué cocino hoy?!”, revisar la heladera y decidirme por algo rapidito (la calma desaparece cuando tengo que juntar pedazos de masa seca que viajaron debajo de alguna zapatilla y quedaron esparcidos por toda la casa…)

Pedirles que se acuesten por la noche, me da 5 minutos para sentirme segura y protegida…y cerrar con llave las puertas, trabar las ventanas, encender la luz de afuera, y abrir nuevamente la puerta porque me olvidé de descolgar la ropa, que a esta altura está húmeda otra vez.

Acostarlos[2] me da entre 8 y 9 horas para disfrutar de la quietud del hogar, conversar con mi marido, tomarme un cafecito, mirar una buena película, leer un libro, hacer ejercicio, conversar con una amiga, arreglarme las uñas, depilarme, hacerme una limpieza facial, escuchar música, tomar sol y otras banalidades imposibles de realizar a esa hora (porque es cronológicamente imposible o porque estoy psicológicamente hecha polvo), razón por la cual yo también me acuesto y sueño con los angelitos (con los de verdad no, con los míos, y me preparo para lo que me toca mañana…)

Sacando las cuentas serían unas 12 horas con 4 minutos que las madres disponemos todos los días para gozar de plena independencia y realizar, no una, sino varias y productivas actividades, y así y todo, a veces nos quejamos de que no tenemos tiempo para nosotras mismas…¡Qué ingratas y egoístas! ¡Que la boca se nos haga a un lado la próxima vez que protestemos! ¡Vergüenza debería darnos! ¡Y culpa! Sí, mucha culpa de querer tener aunque sea un modesto tiempito a solas, para reírnos de algo, para leer con tranquilidad un mail, para ir al baño, para hacer una llamadita telefónica, para salir a caminar, para tomar un heladito, en fin, para hacer lo que cualquier ser humano quisiera hacer si tuviera que estar todo el día juntando dinosaurios, autitos, zapatillas, peluches y trozos de banana, barriendo arena, quitando líneas de birome de paredes, mesas y sillones, resolviendo constantemente conflictos fraternos, levantando la toalla del baño, enrollando el papel higiénico, cerrando las puertas y cajones que quedan permanentemente abiertos… ¿Dije modesto tiempito? ¡Ni modesto, ni tiempito! Deberían darnos un mes libre para rascarnos el pupo al sol después de semejante proeza diaria! Un mes cada cuatro meses y por cada hijo! “Doce horas con 4 minutos para gozar de plena independencia” Ja, Ja, Ja!!…los disparates que se le ocurren a uno a veces!


[1] Tiempo que transcurre hasta que se escucha el primer grito y tengo que salir corriendo a socorrer a uno de mis hijos y a poner en penitencia al otro.
[2] Porque la indicación anterior jamás se cumple.

martes, 5 de octubre de 2010

Mi pijama verde

Tengo un pijama verde. Es lindo, cómodo y verde – del tono de verde que nunca pasaría desapercibido.
Ahora, imagínenme con ese pijama dando pasitos cortos y descontrolados que me llevan de un lado a otro de un pasillo de hotel, en un décimo piso. Son las 12:45am. Mi corazón late acelerado y mis cuerdas vocales vibran al ritmo de un “hi, hi, ha, haaaaa”.
Lo único que deseo es tener el coraje suficiente para volver a entrar a la habitación y llamar a la recepción por ayuda. No puedo. Tampoco alcanzo mi campera, como para tapar un poco lo verde, y bajar a la recepción, rogando no encontrarme a nadie en el ascensor. La escena es pa-té-ti-ca por dónde se la mire.
Imagino que querrán saber qué fue lo que motivó que a las 12:40 interrumpiera mi lectura y en un salto y medio estuviera fuera de la habitación. Hete aquí lo ocurrido:
Como les dije, estaba leyendo tranquilamente cuando de pronto sentí un ruido extraño que provenía de la ventana. El vidrio estaba entreabierto y la persiana casi baja. “Estoy en un décimo piso,” pensé. “Nadie puede entrar,” me aseguré despreocupada. Error. Nadie, no, pero ALGO sí. El bicho no identificado ya revoloteaba como loco, golpeándose contra las paredes, haciendo un ruido infernal. En mi rauda huída no me percaté de los detalles, salvo que era marrón. Estoy segura que quería hacerme daño, ¿morderme la yugular, tal vez?, o en el mejor de los casos, darme el susto de mi vida. Lo logró. En un momento pude haber pensado en vampiros marrones o gorriones gigantes con marcados instintos asesinos
“Seguro que el bicho estaba más asustado que vos,” me dijo papá al día siguiente. La verdad, no lo creo.
Sí, parece simpático. Igual, yo no me fiaría demasiado... Tiene una miradita desajustada....

Modelo de pasarela.

 

Algunas de Mar del Plata