sábado, 25 de mayo de 2013

Tina, la versión perruna del Ave Fénix...



Tina estuvo en muchas oportunidades más cerca del “más allá” que del “más acá”. Su historia clínica arranca de bien chiquita. La versión oficial la tiene Dante, su veterinario, pero nosotros hicimos su primer diagnóstico de importancia a las semanas de nacida: hiperquinética y ladradora compulsiva, características que,  casi 15 años después,  mantiene inalterables.

Para hacer un repaso breve, la gorda debutó como habitué de la vete con una terrible infección en las trompas de Falopio que casi la mata por la hemorragia provocada, al añito de vida. Luego de una cirugía de emergencia que terminó sacándole el útero, la gorda se recuperaba bien…

Al tiempo descubrimos que no toleraba nada sólido. Na-da. Lo que comía, automáticamente lo devolvía. Luego de consultas con muchos veterinarios (Dante, colegas de Dante en Diamante, “Tati”, un vete de Tandil), radiografías, análisis y estudios confirmamos y reconfirmamos el diagnóstico de Dante: megaesófago, una condición que complicaba todo el proceso de deglución y que no podía ser tratada. De allí, y por los siguientes 12 años vivió a licuados. Balanceado hidratado y procesado, comida licuada, etc…. Por alguna rareza de la vida, hace unos meses atrás se “curó” (mi teoría es que por su edad avanzada, todo se le puso “más laxo”… ¿se entiende?).

En otra oportunidad, Tina casi se muere envenenada. Era una época en la que algún malnacido creía que la solución para que no hubiese perros en la calle era tirar pedazos de carne con estricnina. La gorda comió, y…. ¡gracias a su megaesófago!  vomitó casi todo y le dio tiempo a Dante a llegar y salvarla. No contenta con esta hazaña, transcurrida una hora, la perra se escapó y se fue a comer la carne que quedaba. ¿Podés creer? Y así, Dante volvía a casa con su colección de jeringas para salvarla. Otra vez. En el día.

Como resultado de no tener su aparato reproductor, al tiempo la gorda comenzó con incontinencia urinaria. (Lector, a vos te digo… esto viene para rato…). Yo, que en esa época no tenía chicos, me levantaba entre dos y tres veces por noche a cambiar todos los trapos de su “cuna” cuando ella venía hasta mi cama a “avisarme” (que estuvo bueno… me dio la práctica y la paciencia que años más tarde necesitaría para cambiar pañales con la misma frecuencia y bajo las mismas condiciones de somnolencia – el dicho reza: “no hay mal que por bien no venga”.)

La medicación la ayudó bastante, pero cuando vimos que teníamos que ir subiendo la dosis cada vez más, Dante me dijo: “¿La operamos?” “Y dale, le dije… si voy a zafar de levantarme 3 veces por noche, de dar pastillitas 2 veces por día, daaaale para adelante”. Y marchó cirugía nomás… con resultados excelentes.

Luego de esto, le dimos un respiro a Dante y lo visitamos con menor frecuencia por nimiedades como vacunas, antiparasitarios y algún que otro antipulga.

Pero la racha no se hizo esperar. En un ataque frenético por perseguir a un perrito, Tina cruzó la calle sin mirar antes a ambos lados. Error. La atropelló una Kawasaki pistera que venía al palo. Resultado: Tina con algunos golpes medianamente serios y un desgarre de pata / ingle. Al día siguiente, a la gorda le hacían su tercer cirugía. Cuando le dieron el alta y la fuimos a buscar nos enteramos del mega-combo: “Las palabras del vete: “Ah, y ya que estaba cerca, le saqué esos dos quistes cebáceos grandes que tenía en el abdomen”. ¡¡Un capo!!

El año pasado, por terca y seguir con el patrón de “cruzo y no miro, ¿total para qué?”, combinado con su poca visión y audición, producto de los años, la perra quedó por unos minutos atrapada debajo de un 207. Gracias a Dios no la aplastaron las ruedas, pero sí se ligó flor de revolcada por el asfalto. Pasado el susto inicial, fue atendida como corresponde y solo se ligó algunos puntos en los cortes más profundos.

Lo que ocurrió 7 días después NO ME LO VAS A CREER. Entrando el auto al garaje, Goldy sintió “algo debajo de la rueda”. ¡¡¡Era la Tina que se le cruzó adelante, vaya a saber por qué!!! ¡Atropellada por el amo! Quince minutos más tarde, estaba por enésima vez en la reluciente camilla metálica de la veterinaria. Era tarde a la noche. “Vayan tranquilos, chicos. Yo acá tengo para rato”, nos dijo Dante. “Vengan a verla mañana”. Y al día siguiente nos encontramos con una perra de buen ánimo, con toda una pata rasurada y unos cuantos puntos más. Volvimos a casa con la perra y unas varias tiritas de antibióticos….

Hoy la perra me dio otro susto. Bajando atolondradamente del baúl del auto se arrancó de cuajo una uña. “Una pavada”, podrán pensar. No. Por ahí pasa una arteria así que la gorda no paraba de sangrar. Y no paraba,  y no paraba. Me asusté. Hablé con Dante. Luego vino un amigo médico (grande, Cuchín!) que le hizo una curación y un vendaje. Volví a hablar con Dante. Parece que está todo bien, pero esto se parece al cuento de la buena pipa…