Tina estuvo en muchas
oportunidades más cerca del “más allá” que del “más acá”. Su historia clínica
arranca de bien chiquita. La versión oficial la tiene Dante, su veterinario,
pero nosotros hicimos su primer diagnóstico de importancia a las semanas de
nacida: hiperquinética y ladradora compulsiva, características
que, casi 15 años después, mantiene inalterables.
Para hacer un repaso
breve, la gorda debutó como habitué de la vete con una terrible infección en las trompas de Falopio que
casi la mata por la hemorragia provocada, al añito de vida. Luego de una cirugía de emergencia que terminó sacándole
el útero, la gorda se recuperaba bien…
Al tiempo descubrimos
que no toleraba nada sólido. Na-da. Lo que comía, automáticamente lo devolvía. Luego
de consultas con muchos veterinarios (Dante, colegas de Dante en Diamante, “Tati”,
un vete de Tandil), radiografías, análisis y estudios confirmamos y
reconfirmamos el diagnóstico de Dante: megaesófago,
una condición que complicaba todo el proceso de deglución y que no podía ser
tratada. De allí, y por los siguientes 12 años vivió a licuados. Balanceado
hidratado y procesado, comida licuada, etc…. Por alguna rareza de la vida, hace
unos meses atrás se “curó” (mi teoría es que por su edad avanzada, todo se le
puso “más laxo”… ¿se entiende?).
En otra oportunidad,
Tina casi se muere envenenada. Era
una época en la que algún malnacido creía que la solución para que no hubiese
perros en la calle era tirar pedazos de carne con estricnina. La gorda comió, y….
¡gracias a su megaesófago! vomitó casi
todo y le dio tiempo a Dante a llegar y salvarla. No contenta con esta hazaña,
transcurrida una hora, la perra se escapó y se fue a comer la carne que quedaba.
¿Podés creer? Y así, Dante volvía a casa con su colección de jeringas para
salvarla. Otra vez. En el día.
Como resultado de no
tener su aparato reproductor, al tiempo la gorda comenzó con incontinencia urinaria. (Lector, a vos
te digo… esto viene para rato…). Yo, que en esa época no tenía chicos, me
levantaba entre dos y tres veces por noche a cambiar todos los trapos de su “cuna”
cuando ella venía hasta mi cama a “avisarme” (que estuvo bueno… me dio la
práctica y la paciencia que años más tarde necesitaría para cambiar pañales con
la misma frecuencia y bajo las mismas condiciones de somnolencia – el dicho reza:
“no hay mal que por bien no venga”.)
La medicación la ayudó
bastante, pero cuando vimos que teníamos que ir subiendo la dosis cada vez más,
Dante me dijo: “¿La operamos?” “Y dale, le dije… si voy a zafar de levantarme 3
veces por noche, de dar pastillitas 2 veces por día, daaaale para adelante”. Y
marchó cirugía nomás… con resultados
excelentes.
Luego de esto, le
dimos un respiro a Dante y lo visitamos con menor frecuencia por nimiedades
como vacunas, antiparasitarios y algún que otro antipulga.
Pero la racha no se
hizo esperar. En un ataque frenético por perseguir a un perrito, Tina cruzó la
calle sin mirar antes a ambos lados. Error. La atropelló una Kawasaki pistera
que venía al palo. Resultado: Tina con algunos golpes medianamente serios y un desgarre de pata / ingle. Al día siguiente, a la gorda le hacían su
tercer cirugía. Cuando le dieron el
alta y la fuimos a buscar nos enteramos del mega-combo: “Las palabras del vete:
“Ah, y ya que estaba cerca, le saqué esos dos quistes cebáceos grandes que tenía en el abdomen”. ¡¡Un capo!!
El año pasado, por
terca y seguir con el patrón de “cruzo y no miro, ¿total para qué?”, combinado
con su poca visión y audición, producto de los años, la perra quedó por unos minutos
atrapada debajo de un 207. Gracias a
Dios no la aplastaron las ruedas, pero sí se ligó flor de revolcada por el
asfalto. Pasado el susto inicial, fue atendida como corresponde y solo se ligó
algunos puntos en los cortes más
profundos.
Lo que ocurrió 7 días
después NO ME LO VAS A CREER. Entrando el auto al garaje, Goldy sintió “algo
debajo de la rueda”. ¡¡¡Era la Tina que se le cruzó adelante, vaya a saber por
qué!!! ¡Atropellada por el amo!
Quince minutos más tarde, estaba por enésima vez en la reluciente camilla
metálica de la veterinaria. Era tarde a la noche. “Vayan tranquilos, chicos. Yo
acá tengo para rato”, nos dijo Dante. “Vengan a verla mañana”. Y al día
siguiente nos encontramos con una perra de buen ánimo, con toda una pata rasurada
y unos cuantos puntos más. Volvimos a casa con la perra y unas varias tiritas
de antibióticos….
Hoy la perra me dio
otro susto. Bajando atolondradamente del baúl del auto se arrancó de cuajo una
uña. “Una pavada”, podrán pensar. No. Por ahí pasa una arteria así que la gorda
no paraba de sangrar. Y no paraba, y no paraba. Me asusté. Hablé con Dante.
Luego vino un amigo médico (grande, Cuchín!) que le hizo una curación y un vendaje.
Volví a hablar con Dante. Parece que está todo bien, pero esto se parece al
cuento de la buena pipa…