Mati y Goldy están
desde ayer en la isla… Hoy a las 13:00hs suena el teléfono: era Mati.
- ¿Hola?
- ¡Hola, má!
- ¡¡Hoooooola, Pochiiiiii!! ¿Cómo estás? ¿Qué andan haciendo?
Él, con aire de
superado y tono canchero, responde: Acá
estamos… recién matamos una yarará.
Yo, intentando
fallidamente controlar la histeria, comienzo el interrogatorio: ¡¡¿¿Qué??!! ¡¡¿¿Cómo que una yarará??!! ¿Y
vos donde estabas? ¿Qué hacía papá? ¿Dónde está la víbora ahora? ¿Y donde está
papá a-ho-raaa?
- Má, traaaaaaanqui (sí, sí… el pibe estiró el sonido por varios
segundos, como tratando de que yo me relajara). La matamos (ojo, dijo “matamos”). Era más grande de la que lo picó a papá. Pero estamos teniendo mucho
cuidado. Además, estamos con las botas… Me guardé el comentario sarcástico,
y lo dejé solo en mis pensamientos: ¡¡Pfff!!
Están con botas; un alivio bárbaro me da...
En fin, yo quería preguntarle mil cosas y él,
con pocas palabras y muy tranquilo me seguía explicando cómo venía la cosa: Papá me
contó que cuando una víbora muere, su compañera la “huele”, así que estamos
esperando muy atentos por si aparece…. Y estamos teniendo mucho cuidado.
Claro, si con lo de las botas no era suficiente, él ahora me aseguraba que estaban tomando
todas las precauciones. Y volvió a repetir que estaban teniendo cuidado. En ese
momento me pregunté si no habría ensayado este ping-pong de preguntas y
respuestas con Goldy, antes de llamar…
Pasados sus detalles y
mis mil y un consejos, el diálogo siguió…
- Y anoche pasé un poquito de frío… pero dormí bien igual.
- ¡¡¿¿Cómo que pasaste frío si tienen un florrrr de equipo??!! ¡No pueden
haber pasado frío! ¿Le dijiste a papá?
Sin responder a tanta
pregunta*, y con el mismo tono del comienzo, me cuenta otra “penuria”.
- ¿Y sabés qué? Ando con una astilla en el dedo. Bueno, en realidad son
dos… Es que estuve trabajando con papá. Moví unos troncos. Pero tranquila (¡opa!
otra vez la misma palabrita… me pregunto qué imagen tiene el chico de mí…
jajja), papá me la va a sacar en un rato.
Lo escuchaba hablar y
no era el Mati nene. Era otro. Uno más grande; uno orgulloso de estar con su papá
haciendo “cosas de grandes”. Y yo me alegré. Me alegré de sentirlo así, tan
seguro, tan feliz… y también me alegré de saber que en el botiquín de la lancha
¡¡hay decadrón y un suero antiofídico!!. De eso, sí que me alegré.
*El que no zafó de
responder fue Goldy, claro está. “Por más bolsa de dormir para -40° que uno
tenga, si le abre todos los cierres, de nada sirve. Y Mati abrió to-dos los
cierres.”