Nunca me destaqué en las artes culinarias. Eso es de público conocimiento. Las razones son tal vez, el punto desconocido. Tal ineptitud se puede poner en los siguientes términos:
- 5 ¼ tazas de falta de tiempo
- Una pizca de imaginación (y digo “pizca”, porque no se me ocurre unidad de medida menor…)
- 2 a 3 gotas de paciencia cuando la comida no va saliendo como quiero
Ojalá hubiera heredado algo del don de mi abuela Irene en este aspecto. Nunca me voy a olvidar de su “isla flotante” o el flancito casero de 12 huevos… (ya se me hace agua la boca). Recuerdo que hasta la polenta con salsa hecha por ella era un manjar. (Como nota aparte: no creo que mis nietos alguna vez me recuerden por algo así…).
Como les dije: carezco de habilidad y de tiempo. Y créanme cuando les digo que esta puede llegar a ser una combinación peligrosa.
Así y todo, tengo a mi “ayudante oficial”, quien disfruta mucho revolver mezclas, espolvorear queso y comer masa cruda (en eso sale a mí). Y lo mejor de todo es que cree que yo sé lo que estoy haciendo…
Hoy al mediodía volvimos a preparar juntos el almuerzo: una especie de tarta de espinaca. “Perdí” (si es que lo puedo considerar pérdida) muuuucho tiempo, pero también nos divertimos muuuucho. Y esta combinación de inhabilidad y pérdida de tiempo NO LA CAMBIO NI POR LA MEJOR RECETA PREPARADA POR EL MEJOR CHEF.
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