Estábamos a un metro y medio de distancia, frente a frente. Yo la miraba fijamente. Ella, muy por lo bajito, también. Lo sé.
Por un momento, las dos nos quedamos inmóviles, como sin saber que hacer. Pero yo sí sabía qué hacer. Y ella también. No lo dudo.
De pronto, ella hizo un paso rápido y yo retrocedí dos.
Era mi turno. Hice un solo movimiento calculado. Ella, rápidamente hizo ocho pasos para atrás.
Después me dicen que en estas situaciones yo tiendo a exagerar y a ser miedosa.
Ahora pregunto:: Yo retrocedí tres pasos. ¡Ella ocho! ¿Quién es la miedosa y exagerada? ¡¡¡¿¿¿¿La araña o yo????!!!!
domingo, 20 de enero de 2013
martes, 15 de enero de 2013
¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?
Cuando era chica, mi
papá siempre me contaba el cuento de la buena pipa. Contrariamente a la bronca
que le producía a muchos (Karina I) o al sentimiento de incredulidad que nacía
en otros: “nunca existió”, dijo alguien por ahí (Celina d G), o al deseo de que “se borre de la faz de la
tierra y que nuestros hijos no lo hereden” (Yani C), yo lo disfrutaba mucho. La
esencia misma del cuento, con su eterna repetición, lo hace inmutable. Cuando
el narrador (?!) lo comienza, nada de lo que haga o diga su interlocutor podrá
variarlo en lo más mínimo. Y así sigue,
igual, siempre… Y así es muchas veces la
vida: hay cosas que no cambian, independientemente de lo que se haga o diga a
su alrededor. Un ejemplo podría ser Goldy
y su amor por los animales. Nacido y criado en un lugar de riqueza natural
incomparable, tuvo entre sus mascotas más preciadas a perros, conejos, ¡víboras y anguilas! (por mencionar algo nomás). Ese
amor nunca va a cambiar, no importan las circunstancias. El cuento se repite…
igual, siempre…
En nuestro tiempo de novios, yo ya debería haber intuido algo… El flaco se había empecinado en
“sacarme el miedo” a algunos insectos, caracoles y víboras. Usó algunas formas
convencionales. También otras. De muchas
maneras traté de explicar, de justificarme: “no es miedo; es repulsión”, solía
decir sin mucho resultado…
Hace un par de años, mi
media naranja quiso domesticar un lagarto muy, muy grande que aparecía todos
los veranos en casa. No sé cuántas veces le pedí que no lo alimentara y cuantas
otras le rogué que “se lo llevara”… No hubo caso. Dos mordidas en el tobillo sí
pudieron, y un día más tarde, para mi alegría y tranquilidad, “Toto” (sí,
porque hasta nombre le había puesto) tenía nuevo hogar en un arroyo cercano.
Dos meses atrás comenzó la historia de la tierna Mora. Goldy no dudó por un segundo en traer
una yegua huérfana a casa muy a pesar de mis “dudas”. El patio se trasformó en granja (¡con
tranquera y todo!) y mi marido daba sus primeros pasos como veterinario de
ocasión, poniendo inyecciones en el cuello, curando bicheras, pero por sobre
todas las cosas, dando mucho amor y cuidado. Yo lo observaba con admiración.
Mora se hizo querer, pero cuando le encontramos un lugar mejor para estar,
sentí ese alivio que viene cuando las cosas vuelven a su curso normal…
El sábado Goldy estaba en la isla. Me llamó
por teléfono y en un momento me dijo: “te estoy llevando un regalo”. No hace
falta ser muy viva para saber que en la isla no hay shoppings. Mi respuesta no
se hizo esperar: “¡¡¡No traigas ningún animal!!! ¡¡¡Ninguno!!!!”. “Después
vemos”, fue su respuesta antes de cortar….
Y después lo ví: un
perrazo negro, con 5 balas en su cuerpo, afiebrado, agujereado, mal, pero mal
en serio. “Lo vamos a llevar. No podía
dejarlo allá. Si no lo hago ver, se muere.”
El viaje a casa fue en silencio. Por mi cabeza pasaban muchas cosas…
Cuando me repuse del shock, le conté que en el patio había aparecido ¡un lagarto! y le
recordé cuanto me disgustan, lo que había pasado con Toto y volví a pedirle que
no se le ocurriera empezar a alimentarlo. Solo tuve silencio como respuesta. Silencio y una sonrisa
socarrona…
Hoy tengo en casa a los animales de siempre más un perro malherido pero
recuperandosé (lo vio el veterinario, el de verdad : ¡Dante!) y un visitante
fortuito verde y amarillo que no me hace ninguna gracia.
Hace no mucho tiempo atrás descubrí que Goldy no conocía el cuento de la
buena pipa. Cargada de emoción se lo conté. Por alguna razón, a él no le
pareció emocionante. Ni siquiera entretenido. Casi diría que ni le pareció un
cuento…
Hoy, el que me está
contando el cuento a mí es él. Por alguna razón, no me parece emocionante.
Tampoco divertido. Es más, creo que esto ni siquiera es un cuento…
viernes, 4 de enero de 2013
Mora: la historia continua...
Luego de un mes y medio en casa, Mora ya era parte de la familia. Todos nos adaptamos a las nuevas rutinas: saltar la "tranquera" (o abrirla, pero daba más fiaca) para ir al patio trasero, preparar bidones de 5lts para las mamaderas 2 veces por día, no cortar el pasto para que ella tuviera que comer, etc.
A la yegüita se la veía feliz. Y cuando escuchaba la voz de Goldy, se ponía inquieta esperando que él viniera hasta ella. Le gustaban los baños (¿se baña a los caballos como se los baña a los perros?) y cada tanto logramos que saliera a caminar un poco. Todo bien. Pero ése no era el mejor ambiente para ella. Estaba siendo criada (con las mejores intenciones y con lo que teníamos a mano) con amor, pero como si fuera una mascotita...
Pero luego, el milagro. Como resultado de una charla de pasillo entre un amigo (¡grande, Cucho!) y alguien más dimos con una familia que, sin conocernos, se ofreció a cuidar a Mora en su campo. Para hacer la historia breve: en dos días, Mora estaba yendo a lo que sería su nuevo hogar (todavía no sabemos por cuanto tiempo).
Estamos contentos porque Mora está súper bien cuidada (¡y querida!) y porque conocimos a una familia con un corazón de oro que nos abrió las puertas de su casa y nos brindó su ayuda desinteresada.
Veremos como sigue esta historia... :-)
A la yegüita se la veía feliz. Y cuando escuchaba la voz de Goldy, se ponía inquieta esperando que él viniera hasta ella. Le gustaban los baños (¿se baña a los caballos como se los baña a los perros?) y cada tanto logramos que saliera a caminar un poco. Todo bien. Pero ése no era el mejor ambiente para ella. Estaba siendo criada (con las mejores intenciones y con lo que teníamos a mano) con amor, pero como si fuera una mascotita...
Pero luego, el milagro. Como resultado de una charla de pasillo entre un amigo (¡grande, Cucho!) y alguien más dimos con una familia que, sin conocernos, se ofreció a cuidar a Mora en su campo. Para hacer la historia breve: en dos días, Mora estaba yendo a lo que sería su nuevo hogar (todavía no sabemos por cuanto tiempo).
Rumbo al campo...
Carlos, la yegua y su potrillo de dos meses.
Haciendo las presentaciones... :-)
El potrillo tomando leche. Mora, ni idea qué es eso.
Mientras tanto en el gallinero....
Mora y el potrillito al día siguiente.
Veremos como sigue esta historia... :-)
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