domingo, 21 de septiembre de 2008

Santiago del Estero. Parte I

He vuelto de mi viaje a la provincia de Santiago del Estero. La agenda de la conferencia estuvo bastante apretada, pero así y todo me hice de unos lugarcitos para conocer un poco el lugar y su gente.
El jueves, en vez de ir con el malón de gente al bar/cafetería a hacer 1 hora de cola (éramos 1.000 asistentes) para poder comer algo en, casualmente la hora que nos daban de recreo para tal fin, decidí tomarme un remis para que me llevara a conocer la costanera (del Río Dulce). El campus de la Universidad Católica queda bien cerca, pero era la hora de la siesta santiagueña, y a pesar de que en teoría ni los chorros se mueven, no me quise arriesgar… No andaba un alma.
Cuando terminaron las actividades de la tarde, tuve la oportunidad de visitar el Museo Antropológico, el teatro 25 de Mayo y dar una recorrida por las peatonales. Llegué muerta al hotel, pero contenta. El viernes, antes de salir para las reuniones matutinas pasé por la plaza principal, las peato otra vez (alguna que otra comprita) y la catedral.
Además de recorrer un poco la ciudad, que es más bien chica -- unos 60.000 habitantes, según un remisero -- pude charlar con bastante gente de allí y ver cómo piensan, cómo ven su ciudad, etc.
En base a esto, les dejo una reseña de lo aprendido:
Los santiagueños…
… son gente extremadamente cordial y amable
. Lo experimenté y luego me enteré que esa es una de las características por las que se los conoce. Déjenme ejemplificarlo: el primer día tomo un remis en el hotel para ir al campus, pero le indiqué mal a CUAL campus me tenía que llevar. Cuando nos dimos cuenta, nos habíamos desviado bastante. Así y todo, cuando le fui a pagar, el remisero no me aceptó que le pagara el total, ya que yo había cometido un error. Díganme, ¿dónde podríamos llegar a ver algo similar por estas tierras?
… son personas muy tranquilas, que parecen disfrutar de la vida. Supongo que esa tranquilidad se debe a la famosa siesta que toman. “Acá, entre la 1 y las 5 de la tarde nadie se mueve. Sólo nosotros tenemos que seguir trabajando”, fueron las palabras de… otro remisero. Aunque lo mismo escuché de los guardias de seguridad del campus cuando les hice un comentario de que me volvía un rato al hotel el mediodía del viernes.
… son muy tradicionalistas y hablan con pasión de SU ciudad, SU catedral, SU malambo, chacareras, etc. No dejan pasar oportunidad para contar la historia del fundador de la ciudad, de lo antiguo de sus edificios o de la historia que guardan sus museos. Me sorprendió.
… tienen serios trastornos de visión. Creo que muchos de ellos necesitan una prescripción para hacerse lentes. Vuelvo a los ejemplos: 1) en el viaje de ida, el azafato/comisario de abordo y a la vez chofer suplente me dice: “Acá está su cena NIÑA”. 2) Luego de una plenaria vino el merecido recreo y me puse a charlar con un grupo de alumnas terminando el profesorado en una universidad de allí. Palabra va, palabra viene y una de ellas dice: “¿Y a vos cuánto te falta para terminar?” No saben la carcajada que largué. (Aclaro, puede ser que le fallara la vista y no viera mis arrugas o que creyera que era una vieja retardada que llevaba 15 años estudiando. Me quedo con la primera; la culpa cae sobre ella…). 3) Mientras disfrutaba del desayuno en el hotel, el señor de la mesa de al lado, muy educado me pregunta: “Disculpe, ¿es usted una famosísima cantante del litoral?” Con dificultad logré mantener la compostura hasta que revelé mi verdadera identidad. Pero al salir, otra vez tuve que dejar escapar la risita ahogada… Fueron anécdotas de lo más divertidas.
Perdón. Se hizo larga la entrada. En la próxima: todo sobre la conferencia.

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