Tengo un pijama verde. Es lindo, cómodo y verde – del tono de verde que nunca pasaría desapercibido.
Ahora, imagínenme con ese pijama dando pasitos cortos y descontrolados que me llevan de un lado a otro de un pasillo de hotel, en un décimo piso. Son las 12:45am. Mi corazón late acelerado y mis cuerdas vocales vibran al ritmo de un “hi, hi, ha, haaaaa”.
Lo único que deseo es tener el coraje suficiente para volver a entrar a la habitación y llamar a la recepción por ayuda. No puedo. Tampoco alcanzo mi campera, como para tapar un poco lo verde, y bajar a la recepción, rogando no encontrarme a nadie en el ascensor. La escena es pa-té-ti-ca por dónde se la mire.
Imagino que querrán saber qué fue lo que motivó que a las 12:40 interrumpiera mi lectura y en un salto y medio estuviera fuera de la habitación. Hete aquí lo ocurrido:
Como les dije, estaba leyendo tranquilamente cuando de pronto sentí un ruido extraño que provenía de la ventana. El vidrio estaba entreabierto y la persiana casi baja. “Estoy en un décimo piso,” pensé. “Nadie puede entrar,” me aseguré despreocupada. Error. Nadie, no, pero ALGO sí. El bicho no identificado ya revoloteaba como loco, golpeándose contra las paredes, haciendo un ruido infernal. En mi rauda huída no me percaté de los detalles, salvo que era marrón. Estoy segura que quería hacerme daño, ¿morderme la yugular, tal vez?, o en el mejor de los casos, darme el susto de mi vida. Lo logró. En un momento pude haber pensado en vampiros marrones o gorriones gigantes con marcados instintos asesinos
“Seguro que el bicho estaba más asustado que vos,” me dijo papá al día siguiente. La verdad, no lo creo.
Sí, parece simpático. Igual, yo no me fiaría demasiado... Tiene una miradita desajustada....