domingo, 26 de octubre de 2008

El que no salta no come gallina.

¿Se acuerdan de las gallinitas? No. No me estoy refiriendo despectivamente a los plumíferos rojiblancos que han quedado – con justa razón – en el olvido. Estoy hablando de las golosinas; de esos diminutos vasitos de helado con un copete de azúcar arriba y juguito de color y sabor artificialoide adentro que comíamos cuando éramos chicos.
Hoy pasé por un quiosco y las vi. No pensé que se seguían haciendo. ¡Qué emoción! Verlas fue un flash al pasado.
Al toque entré al negocio y compré algunas. La idea era comer una yo y luego llevarle a los gordos para que las probaran. “¡Qué lindo!” pensé. “Mis hijos saboreando las mismas golosinas que yo saboreaba a su edad.”
Pero eso nunca ocurrió. Una vez que abrí el primer paquetito, fue mi perdición. NO pude ejercer ningún tipo de auto-control y en el tiempo que me tomó llegar a la esquina, cruzar la calle y llegar hasta el súper, la bolsa estaba vacía.
Llegué a casa no sin bastante cargo de consciencia por haber privado a mis hijos de sus golosinas. Semejante grandulona…
Pero luego que Mati volvió de un cumple con una bolsa lleeeeeena de caramelos, chupetines y alfajores y no quiso convidar ninguno, todo vestigio de culpa llegó al FINAL DE LA LISTA (¡¡¡igual que las otras gallinitas!!! Jua, jua, jua)de mis preocupaciones.
Saludos y buena semana para todos.

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