martes, 7 de octubre de 2008

No puedo vivir sin él.

Si por alguna circunstancia tuviera que prescindir de algunos de aquellos elementos que me hacen más fácil la vida, creo que no tendría dificultad en decidir. Creo que podría volver a calentar comida a baño maría si no tuviera el microondas; no tendría drama en volver a usar mi primer celular, ese que requería de destrezas físicas casi sobre-humanas para que uno pudiera pararse con un pie en el aire perpendicular al piso, con la mano libre estirada al cielo y la otra con el teléfono pegado a la oreja y a 2cm de la antena de la radio (esto sólo funcionaba en el living de la casa) para lograr tener señal y poder hablar.. . Tampoco sería demasiado problema volver a batir el café a mano. Sería difícil sacar fotos en rollo y mandarlas a revelar (sobre todo por el tiempo de espera hasta acabar la película), pero haría el sacrificio.

Pero luego de esta mañana, en que vi con ho-rror la piiiiiila de ropa que se había acumulado para lavar (entre la gorda que vomitó y anduvo con fiebre a la noche transpirando mudas enteras, el Mati que se hizo pis en la cama, algo de ropa de pesca del domingo y el resto que venía del finde) me di cuenta que NO PODRÍA VIVIR sin mi querido lavarropas.

Ojo, estoy hablando de una situación hipotética normal. Si nos fuéramos a los extremos, creo que sin importar cuales fueran las consecuencias, no podría volver a escribir un trabajo en una máquina de escribir (jua, jua, jua, … si hay algún “joven” leyendo esto, tal vez ni sepa de lo que hablo…) o hacerme una exfoliación facial sin mi cepillito eléctrico…

Y por otro lado, anticipándome a posibles situaciones de privaciones, ya desde hace un tiempo he decidido firmemente prescindir de la plancha y reemplazarla por una milenaria técnica de estirado en el cordel que hace maravillas*.

¿Y ustedes que me cuentan? Dejen sus opiniones en la sección de comentarios. Gracias.

*Si a alguno le interesa, me pueden escribir y se las “revelo”.

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