Si por alguna circunstancia tuviera que prescindir de algunos de aquellos elementos que me hacen más fácil la vida, creo que no tendría dificultad en decidir. Creo que podría volver a calentar comida a baño maría si no tuviera el microondas; no tendría drama en volver a usar mi primer celular, ese que requería de destrezas físicas casi sobre-humanas para que uno pudiera pararse con un pie en el aire perpendicular al piso, con la mano libre estirada al cielo y la otra con el teléfono pegado a la oreja y a 2cm de la antena de la radio (esto sólo funcionaba en el living de la casa) para lograr tener señal y poder hablar.. . Tampoco sería demasiado problema volver a batir el café a mano. Sería difícil sacar fotos en rollo y mandarlas a revelar (sobre todo por el tiempo de espera hasta acabar la película), pero haría el sacrificio.
Pero luego de esta mañana, en que vi con ho-rror la piiiiiila de ropa que se había acumulado para lavar (entre la gorda que vomitó y anduvo con fiebre a la noche transpirando mudas enteras, el Mati que se hizo pis en la cama, algo de ropa de pesca del domingo y el resto que venía del finde) me di cuenta que NO PODRÍA VIVIR sin mi querido lavarropas.
Ojo, estoy hablando de una situación hipotética normal. Si nos fuéramos a los extremos, creo que sin importar cuales fueran las consecuencias, no podría volver a escribir un trabajo en una máquina de escribir (jua, jua, jua, … si hay algún “joven” leyendo esto, tal vez ni sepa de lo que hablo…) o hacerme una exfoliación facial sin mi cepillito eléctrico…
Y por otro lado, anticipándome a posibles situaciones de privaciones, ya desde hace un tiempo he decidido firmemente prescindir de la plancha y reemplazarla por una milenaria técnica de estirado en el cordel que hace maravillas*.
¿Y ustedes que me cuentan? Dejen sus opiniones en la sección de comentarios. Gracias.
*Si a alguno le interesa, me pueden escribir y se las “revelo”.
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