viernes, 28 de noviembre de 2008

Nunca, nunca* leer la letra pequeña.


Ayer me compré un acondicionador para el pelo. Por sus características pensé que sería bueno para mi escasa pero indomable cabellera. Además de las bondades descriptas en el frente del envase (foto) se leían otras como “Ultra-retención de la hidratación” y “Control por 18 hs”. Pero luego un diminutísimo asterisco me dirigió al otro lado del envase, donde – con letras aun más diminutas -- declaraba: “RESULTADOS OBTENDIOS CON EL USO DE SHAMPOO + ACONDICIONADOR + CREMA DE PEINAR”. Eso es actuar de muuuy mala fe (por no decir de guachos).
Hoy a la mañana inicié una agradable conversación con Mariano, del sector de ventas telefónicas de Telecom. Todo iba genial. El entusiasta vendedor me aseguró que en poco tiempo tendría conectada la línea que pedía. Pero cuando me ofreció un servicio de internet que yo no quería (y que ¡¡¡¡¡¡NO HABIA SOLICITADO!!!!!!!!!!!!), el tono de la conversación cambió. Encima me apuraba con el hecho de que si quería acceder a los inmejorables descuentos que me ofrecía, tenía que solicitar el servicio allí, con él, en ese instante (sí, claro…). Al ver como se evaporaba en el aire su comisión, el muchacho se ofuscó y empezó la ironía. Lo cito porque me acuerdo sus palabras casi de memoria: “¿Así que elegís perderte la promoción en la que te damos el modem de $199 sin cargo y dos meses de abono gratis?” (que luego averigué por otro lado, y te lo regalan. No tiene costo). “Sí”, respondí. Intentó convencerme por unos minutos más. Cuando vio que no había caso, remató con un: “Evidentemente, estás eligiendo perderte esta increíble promoción. A mi no me afecta en nada (sí, claro…), pero vos te quedás sin ella.” Colgué, con miedo a que un depechado Mariano frene mi pedido por un par de semanas.
Pero como bien dice el dicho: “el que se quemó con leche, ve a la vaca y llora”. Yo lo aprendí de la forma difícil cuando hace unos 10 años atrás, fui la afortunada ganadora (en una estación de servicio perdida ni recuerdo dónde) de unos premios de lo que hoy sería Claro, Movistar, Personal (no puedo recordar el nombre). Nunca llené un formulario, participé con un numerito. Nada. Simplemente, la suerte golpeó a mi puerta (la del auto) cuando el promotor me dio una raspadita. “Si el último número de tu placa patente es el mismo, pasá a retirar tu premio” (obvio, era el mismo).
Mientras me daban la lapicera con el loguito, me dijeron que me había ganado, no unos sino DOS celulares. Lo “único” que yo tenía que hacer era pagar la activación. Me re-re-re-re-re-marearon con datos, bondades, beneficios y terminé dándoles mi tarjeta de crédito y firmando el valecito por una guasada de plata (recuerden el precio de los celus en esa época). Pero ojo, que me dieron la lapicera (los teléfonos llegarían al día siguiente a mi casa). Por suerte mi viejo actuó enseguida, volvimos, los apuró y los infelices nos devolvieron los vales de la tarjeta, que rompimos al toque. (Pero me quedé con la lapicera… ¡TOMA!)
Es así, nadie, NADIE te regala nada. Aprendandlo. Y si ustedes son ingenuos y se creen estas cosas, tal vez también crean en Papá Noel... Por su bien, sigan leyendo:
- Papá Noel no existe. (Los Reyes Magos tampoco)
- La Salazar SI se cirujeó.
- Margarito Tereré era en realidad un hombre disfrazado.
- Michael Jackson… ¡es negro!


* (deje de)

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